No teníamos ningún futuro. Y yo se lo repetía. Pero nos divertíamos juntos. Ella odiaba París. ¿Qué futuro puede haber con alguien que odia París? En mi casa nos mentíamos los domingos por la tarde. Pero me gustaban sus (nuestras) mentiras. Nadie me dijo que era el último domingo. Ahora me gustaría que me volviera a decir algo bonito. Algo como:
– Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.
– Te he esperado todos estos años.
– Dime que habrías muerto si no hubiese vuelto.
– Habría muerto si no hubieses vuelto.
– Dime que todavía me quieres, como yo te quiero.
-Todavía te quiero como tú me quieres.
Quizás, porque fue ella, y no yo, el que ya no volvió a escribir.
Tenía razón Loriga, otra vez, cuando dijo «esperar a ser querido por una mujer que no te quiere es uno de los placeres más grandes que este mundo puede regalarnos».
Muy bonito y muy triste. Como las cosas que importan en la vida.
Las mentiras no son tan malas.
«¿A cuántos hombres has olvidado?»
Ya sabes la respuesta.
«Tantos como mujeres has recordado tú»